En un espacio inconcreto, entre la Última de todas las Bretañas y el Lejano Reino de la Vía Láctea, se desenvuelven estas máscaras de Ramón Loureiro. En ese territorio umbrío, bretemoso, en el que ensancha sus dominios el Lobo y vigila insomne el Hombre de los Ojos de Alabastro, la realidad se confunde con la fantasía y la vida con la muerte. Los muertos viven en la misma medida en que los vivos estamos muertos. Por ello, vida y muerte no son dos realidades antagónicas sino una realidad común. Entre la vigilia y el sueño nos llegan las voces y sentimos las manos de nuestros antepasados.